Nicoya: Donde la vida no se mide por años, sino por propósito
Nicoya: Donde la vida no se mide por años, sino por propósito
No fui a Nicoya buscando recetas.
Fui buscando señales de algo que pocos saben conservar: una vida larga… y bien vivida.
Y lo encontré en el lugar más simple.
No en una clínica, no en un laboratorio.
Sino en el campo… a lomos de un caballo.
Estuve en la casa de un hombre de 104 años.
Cada mañana montaba su caballo y salía a recorrer el campo con una calma que desarmaba cualquier argumento científico.
No usaba bastón. No tenía miedo. Solo propósito.
Su hija —también mayor— me recibió con una naturalidad que me marcó.
No lo vigilaba. No lo cuidaba con ansiedad.
Sabía que su padre sabía vivir. Y eso bastaba.
No se preocupaba por su edad porque él no vivía desde el miedo, sino desde la costumbre de estar sano.
Ese día también conocí a su compañera de curso.
Una mujer de 105 años, lúcida, brillante, llena de memoria, fe y sentido común.
Conversar con ella era como abrir un libro sagrado lleno de historias, plantas, alimentos y valores que hoy se han olvidado.
El médico local —un hombre sabio, contemporáneo mío— me explicó algo fundamental:
“Aquí el agua que bebemos es distinta. Nace limpia. Llena de minerales que fortalecen el cuerpo y limpian por dentro. Pero más allá del agua… es la manera en que viven lo que los mantiene así.”
Y tenía razón.
No hay toxinas en el agua, ni en sus relaciones, ni en sus pensamientos.
Comen de la tierra, oran antes de dormir, caminan sin apuro, trabajan con gusto y no se estresan por cosas que no importan.
Ese hombre a caballo me hizo recordar algo que me emocionó profundamente:
a mi padre.
También del campo. También sabio.
Junto a mi madre, me enseñaron desde niño que las plantas pueden sanar.
Mientras caminábamos entre hierbas, me hablaban de la manzanilla para el estómago, del boldo para la digestión, del diente de león, del cardo mariano…
Hoy, tantos años después, esas mismas plantas siguen vivas en mi consulta, en mis fórmulas, en mis cursos y en La Terapia DNS.
De Nicoya me llevé muchas cosas.
Pero sobre todo, me reconecté con mis raíces.
Vi a hombres y mujeres longevos no por suerte, sino por costumbre.
Vi en ellos a mis padres.
Y confirmé que la verdadera medicina nace en casa, se cultiva en la tierra y se sostiene en la fe.
¿Y qué integré de Nicoya a La Terapia DNS?
– El agua mineralizada, limpia, como símbolo de depuración
– El ritmo de vida pausado como medicina para el alma
– El propósito diario como motor de la salud
– La alimentación natural, el gallo pinto y las plantas medicinales como parte del tratamiento
– Y la oración… como inicio y fin de cada día sano
Hoy, cuando veo a un paciente sanar, muchas veces no es solo por lo que come, sino por lo que recuerda:
– Que puede vivir sin prisa
– Que su cuerpo fue diseñado para la salud
– Que sanar no es imposible… si uno vuelve a las raíces
¿Y tú… hace cuánto no te das el tiempo de vivir como los sabios de Nicoya?


