Icaria: El lugar donde el tiempo no apura y la vida se alarga entre risas
Icaria: El lugar donde el tiempo no apura y la vida se alarga entre risas
Viajé a Icaria, Grecia, junto a mi hija menor.
Ella no solo es nutricionista —una excelente profesional—, sino también una terapeuta con amplia experiencia en La Terapia DNS, habiendo acompañado a miles de personas en su camino de sanación.
Este viaje lo vivimos con asombro y con el corazón abierto.
Porque Icaria no es solo una isla del Egeo.
Es una forma de vivir donde el cuerpo se relaja y el alma sonríe.
Nos maravillamos con sus playas, con sus caminos, con esos rincones de belleza natural que invitan al descanso, al silencio y a la contemplación.
Pero fue al caer la tarde donde realmente comenzaba la magia.
Cada día, los locales se reunían en un mismo lugar:
una especie de plaza viva, donde no había shows ni guías turísticos,
sino algo mucho más auténtico:
risa, conversación, comida real y alegría de vivir.
Cuando llegamos a la isla, arrendamos un vehículo en el aeropuerto.
Hasta ahí todo normal…
Hasta que, esa misma tarde, nos encontramos nuevamente con la persona que nos arrendó el auto:
allí estaba, en medio de un grupo de 30 personas, como uno más, celebrando la vida.
La escena era tan familiar, tan natural, que sentimos que habíamos sido invitados a un mundo que se está extinguiendo en otros rincones del planeta.
Un mundo donde no se corre, no se presume y no se enferma con tanta facilidad.
Y aquí viene uno de los momentos más inolvidables del viaje:
En Icaria, no se habla inglés ni francés.
Ellos se comunican en un dialecto propio, lleno de matices antiguos, y con una sonoridad que parecía música.
¿Y qué hice yo?
Usé mi arma secreta, esa que me ha acompañado en tantos países:
una app que traduce más de 100 idiomas.
Busqué su dialecto…
Lo encontré…
Y les dije con una sonrisa:
“¡Hola a todos! Soy de Chile y es un placer conocerlos.”
La cara que pusieron fue para haberla grabado.
Se miraron entre ellos con los ojos bien abiertos, se rieron, se acercaron.
Y entonces sucedió algo mágico:
comenzaron a pelearse por hacerme preguntas.
Y yo, feliz, se las respondía una a una.
Mi hija y yo nos sentimos parte del grupo, como si fuésemos viejos amigos reencontrados.
Y aunque apenas entendíamos algunas palabras…
entendimos todo.
De esas personas recibimos algo más que hospitalidad.
Recibimos sabiduría, vida real vivida con gozo.
Vimos en ellos grandes mentores:
gente buena, alegre, sana, sin pretensiones, sin toxinas mentales ni alimentarias.
Allí aprendimos que:
– Reunirse a diario no es pérdida de tiempo, es medicina
– Comer sin prisa, en comunidad, con música y risa es terapéutico
– El cuerpo envejece más lento cuando el alma ríe todos los días
– Y que el tiempo, en realidad, no existe cuando vives desde el presente
¿Y qué integré de Icaria a La Terapia DNS?
– El valor de los espacios comunitarios
– La alimentación simple, compartida, con productos locales
– La risa como herramienta regeneradora
– La importancia de la presencia… y del gozo
– Y algo que hoy enseño a cada paciente:
“No hay salud sin alegría de vivir. Y no hay alegría si no te das el tiempo para compartir lo esencial.”
Icaria me recordó que la sanación también pasa por bailar, reír y hablar con extraños que terminan siendo maestros.
Y que cuando viajas con un ser amado, como lo hice con mi hija,
todo lo que aprendes… se multiplica.
¿Y tú… hace cuánto no compartes una comida al aire libre con quienes amas?


